Repercusión de la pandemia Covid-19 en el escenario energético

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19 de mayo 2020

La pandemia de la COVID19, las medidas adoptadas por distintos países del mundo para frenar su expansión –en especial, las relativas a la movilidad, que genera el 57% de la demanda petrolera global, y la contracción de la actividad económica han reducido drásticamente la demanda de petróleo y, por consiguiente, se ha registrado una importante caída del precio del crudo. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en los países que se han adoptado medidas de confinamiento, el declive semanal de la demanda energética ha oscilado entre el 18% y el 25%; y, en abril, la demanda global de petróleo se redujo a 29 millones de barriles diarios (mbd).

Respecto a la oferta, y ante este escenario imprevisto, los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo ampliada (OPEP+) acordaron, el 12 de abril, recortar su producción en 9,7 mbd a partir del 1 de mayo. Previsiblemente, se sucederán fases con nuevos recortes. El acuerdo se alcanzó con la colaboración del G20 y la AIE, cuya implicación –sin precedentes– podría hacer que el recorte de la producción fuese aún mayor.

Sin duda, el desajuste entre la demanda y la oferta ha repercutido en el precio del barril de petróleo, que ha experimentado un drástico descenso: a principios de marzo, el barril BRENT se situaba en torno a 45$, y osciló progresivamente a la baja entre 20$ y 30$. El mayor efecto lo acusaron los contratos a futuro del West Texas Intermediate (WTI), el crudo de referencia en Estados Unidos: el 20 de abril, por primera vez en la historia, se desplomó un 300% y cotizó en negativo (-35,22$). En general, la caída de los precios, y en especial en Estados Unidos, se debe al gran desajuste entre oferta y demanda, pero también a la incapacidad para almacenar más petróleo: los recipientes están casi al límite de su capacidad y con petróleo comprado a bajo precio con expectativas de ser vendido cuando el precio evolucionase al alza.

 

Implicaciones en la energía renovable

La energía renovable también se ve afectada, en buena medida, por la pandemia, y su producción futura estará ligada a las fuentes energéticas hacia donde fluyan las inversiones. En este sentido, y a corto plazo, podría reducirse la financiación para nuevos proyectos por el bajo precio de los hidrocarburos; pero, por otra parte, si este precio se mantuviera bajo y sostenido durante algún tiempo, la escasa rentabilidad de las inversiones en la producción petrolera podría reorientar capitales de ese sector hacía las energías renovables con mayor potencial lucrativo.

En Europa, las preferencias de la población, las regulaciones ambientales y los compromisos climáticos situarían al continente en el segundo escenario. El impulso a la energía renovable es uno de los ejes del Plan de Recuperación que prepara la Comisión Europea, el cual pretende que, en la salida de la crisis sanitaria, las actuaciones nacionales se dirijan hacia una industria europea que lidere la energía y la movilidad limpias, la industria verde y la digitalización, y disminuya, adicionalmente, la dependencia energética.

Países exportadores e importadores de recursos energéticos

El desajuste de precios ocasionado por la crisis sanitaria está afectando de distinta manera a los países exportadores y a los países importadores.

A los primeros, con los niveles actuales de producción de gas y petróleo, les resultarían inviable acometer nuevos proyectos; y las instalaciones ya existentes operan en muchos casos con costes de producción superiores a los de venta. Los productores se enfrentan, pues, a la disyuntiva de mantener la producción, a pesar de tener pérdidas, a la expectativa de una recuperación, o cerrar pozos e instalaciones hasta que los precios suban por el reequilibrio entre la oferta y la demanda.  Asimismo, en estos países los bajos precios también tienen consecuencias fiscales, en la medida en que la disminución de ingresos afecta a su capacidad para activar medidas de estímulo y crecimiento económico.

Para los países importadores –entre ellos, España– los bajos precios del petróleo y el gas natural (indexado al precio del crudo) benefician a las industrias consumidoras de estos recursos energéticos, en la medida que supone un ahorro. Sin embargo, la ralentización de la actividad económica y las restricciones de movilidad menguan este beneficio potencial.

 
 
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