Agujeros negros de soberanía estatal: Territorios propicios para la expansión del yihadismo

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Agujeros negros de soberanía estatal: Territorios propicios para la expansión del yihadismo
29 marzo de 2023

La fragilidad estatal en determinadas áreas del escenario estratégico mundial, así como el consecuente vacío de poder que provocan, genera un contexto favorable para la expansión del terrorismo. Estas áreas, de gobernanza frágil y autoridad contestada por muchos sectores de las poblaciones que las habitan, comparten dinámicas similares de ausencia estatal, inestabilidad regional, violencia sostenida, el agravio persistente contra determinadas comunidades, el subdesarrollo o la falta de oportunidades. Todas ellas, junto con otros parámetros políticos, económicos y sociales, se convierten en factores que favorecen la aparición, el arraigo y expansión del yihadismo, así como su conexión con las agendas de una población local que, en su gran mayoría, está desafectada del gobierno central y carente de expectativas vitales, sin que —en muchas ocasiones— haya detrás la doctrina salafista que subyace en el ideario yihadista.

A estas zonas geográficas, caracterizadas por la ausencia del poder estatal o que éste es rechazado por la población local, está ausente o es contestado, se las ha dado por denominar como agujeros negros» de soberanía; y —alguno de ellos— son hoy escenarios que cobijan a uno o más grupos terroristas. Si bien estas zonas no son homogéneas, todas ellas comparten aspectos como bajos o ínfimos niveles de gobernanza, vulnerabilidades estructurales y violencia multidimensional. Estos escenarios ponen de manifiesto el papel fundamental de la gobernanza —junto a la seguridad y el desarrollo de las poblaciones— en la expansión del terrorismo: una evidencia que podemos observar en los principales santuarios terroristas que se extienden por distintos partes del mundo.

Frontera entre Afganistán y Pakistán. Tras el regreso del régimen talibán en agosto de 2021, la cuestión determinante para la comunidad local e internacional es dilucidar si los talibanes podrán evitar que todo el país devenga en un baluarte terrorista. Por el momento, y ante la dificultad del régimen de contener la campaña de terror del autodenominado Estado Islámico Provincia de Khorasan (ISIS-K), éste sigue detentando un poder muy significativo en las provincias de Nangarhar, Kunar y sus alrededores, todas ellas fronterizas con Pakistán, muy lejos del poder central en Kabul.

Noroeste sirio. Más de una década después del inicio de la guerra civil siria, el conflicto continúa con múltiples actores estatales y no estatales compitiendo por el poder, lo que ha derivado en grandes franjas del territorio dinamitadas por la violencia y con la población local bajo el control de los grupos yihadistas. En este contexto, y desde 2017, el movimiento islamista militante Hay'at Tahrir al-Sham (HTS) controla la mayor parte de la provincia de Idlib, donde ha establecido un régimen de facto, bajo la denominación “Gobierno de Salvación”.

Desierto de Libia. En medio de la inestabilidad política —el país cuenta actualmente con dos gobiernos paralelos, que mantienen una lucha constante por el poder nacional—, y tras años de conflicto y enfrentamientos armados, los grupos terroristas siguen muy presentes. Se ha hecho fuerte en el sur, en la región de Fezzan, limítrofe con Níger y Argelia; y en otros puntos fronterizos, donde también desarrollan su actividad grupos criminales y de contrabando de armas. Todo ello, y por la ausencia de un gobierno central desde 2011, está incrementando gravemente la inestabilidad regional.

Liptako-Gourma: la triple frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso (Sahel Occidental). Aunque estos tres países enfrentan desafíos comunes y otros de distinta índole, todos ellos comparten un legado de debilidad institucional, presencia estatal limitada —incluidas las fuerzas de seguridad— y fronteras porosas. Sucesivos golpes de estado, frustración social e inseguridad endémica definen el escenario de esta franja saheliana occidental, hasta ocupar los primeros lugares del Índice de Estado Frágil. En este territorio, de máximo interés estratégico para la Unión Europa y España, se asienta una amalgama compleja de grupos violentos: la coalición terrorista Jama'at Nasr al-Islam wal Muslimin (JNIM) —leal a Al Qaeda—, el autodenominado Estado Islámico del Gran Sahara —vinculado a Daesh—, grupos de autodefensa y otras milicias armadas.

Cuenca del Lago Chad. Desde hace más de una década, los grupos armados yihadistas siguen sembrando la violencia en los cuatro países que bordean el lago: Chad, Níger, Nigeria y Camerún. Más en concreto, y de forma notoria, Boko Haram y el Estado Islámico Provincia de África Occidental (ISWAP) mantienen su pulso fanático y violento por consolidar el control sobre los territorios del noreste nigerino, donde han establecido —ante la ausencia del Estado— una suerte de estructuras administrativas en los territorios bajo su control, y desde las que ejercen su poder opresivo sobre la población local.

Sur de Somalia. Desde la caída del gobierno de Said Barre en 1991, Somalia ha sido el paradigma de estado fallido a nivel mundial. A pesar de la instauración de una incipiente estructura de gobierno en 2006, la ausencia de un poder estatal fuerte en todo el territorio de soberanía ha llevado a que una combinación de entidades y sistemas informales intenten brindar seguridad y gobernanza como alternativa a la ausencia del régimen estatal. Entre otras facciones violentas, destaca el grupo yihadista Al-Shabaab, que controla gran parte del sur rural y centro del país, al tiempo que mantiene su lucha por el dominio del norte. En este contexto, los yihadistas se han acercado a los clanes que forman el tejido social somalí; y, gracias a estas alianzas, dominan las principales rutas de suministro, recaudan impuestos, explotan los recursos; al tiempo que proporcionan una relativa seguridad en el territorio que controla e imponen un férreo sistema judicial, todo ello basado en su ideario extremista y violento.

Cabo Delgado (Mozambique). La provincia más septentrional de Mozambique —un país con fuertes debilidades estructurales desde su emancipación en 1975— se ha convertido en el territorio más austral y reciente de expansión del yihadismo en el continente africano. Allí, un grupo salafista-yihadista —reconocido como Al Shabaab, sin conexión alguna con la milicia homónima en Somalia y leal a Daesh— ha secuestrado la reivindicación social y el conflicto local, en los que subyace una percepción de exclusión socioeconómica de la población local ante los importantes descubrimientos de minerales e hidrocarburos en la región.

A este muestrario de países amenazados por la violencia yihadista se podrían unir otros muchos escenarios donde la ausencia o la debilidad del Estado favorece la proliferación de grupos terroristas. Pues, como afirma el último informe del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), «el yihadismo seguirá creciendo allí donde la fragilidad estatal impida combatir todos y cada uno de los condicionantes que contribuyen a la proliferación del radicalismo y del extremismo violento».
 

 
 
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