Yihadismo en Mozambique: La amenaza se extiende a África del Sur

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27 de julio 2020
Yihadismo en Mozambique: La amenaza se extiende a África del Sur

En 2017, comenzaron los ataques e incidentes violentos en la provincia de Cabo Delgado, norte de Mozambique, atribuidos principalmente al grupo extremista Ansar al-Sunna. La situación de seguridad en dicha provincia —una región islamizada desde el siglo IX, en la que surgió una secta radical e inicialmente no violenta hace una década— se ha deteriorado en los últimos meses, y los atentados contra las fuerzas de seguridad y la población son cada vez más recurrentes, violentos y sofisticados.

El primer ataque coordinado a gran escala del grupo data de octubre de 2017, cuando al menos 30 hombres armados atacaron varias comisarías de policía en Mocimba da Praia. A partir de 2018, su acción se expandió a más puntos de la provincia y aumentó la frecuencia, letalidad y sofisticación de los mismos, incrementando así el frente violento contra las autoridades nacionales para implantar un orden social y político basado en la interpretación rigorista del Islam. En la actualidad, se contabilizan cerca de 20 ataques al mes en ciudades y distritos a lo largo de Cabo Delgado. El número de ataques es ya similar al de las insurgencias yihadistas del Sahel, la cuenca del Lago Chad y el Cuerno de África.

Además, la organización ha aumentado su capacidad operativa y organizativa, y cada vez más, sus ataques se dirigen a posiciones militares y de seguridad, entre ellas las empresas de seguridad privadas extranjeras contratadas por el Gobierno de Mozambique. El pasado mes de abril, 52 personas fueron asesinadas en la localidad de Xitaxi, el ataque más mortífero hasta la fecha, y su capacidad operativa quedó de manifiesto el pasado mes de mayo, cuando un centenar de hombres armados atacaron y llegaron a tomar la ciudad de Macomia (capital del distrito). 

Hasta la fecha, más de 1.000 personas han fallecido y 150.000 se han visto desplazadas de sus hogares como consecuencia del incremento de los ataques. La tendencia al alza de los ataques ha quedado patente en los primeros meses del 2020, en los que se ha registrado un 300% más de incidentes violentos respecto al año anterior.

 

La explotación del comercio ilícito en Cabo Delgado —Mocimboa da Praia es uno de los enclaves más importantes del mundo para el tráfico de heroína —entre Europa y Asia— ha facilitado la rápida expansión de Ansar al-Sunna, ya que le proporciona mayores vínculos transnacionales y una financiación sólida. Además de estas rutas, Cabo Delgado cuenta con una de las explotaciones de gas natural líquido más grandes del mundo, que desde su descubrimiento en 2011, ha despertado el interés de numerosas corporaciones extranjeras, que también han sido objeto de ataques.

En junio de 2018, DAESH reclamó la autoría de un ataque en el país. A partir de ese momento, ISCAP (Estado Islámico en África Central) ha reivindicado una treintena de acciones terroristas en Cabo Delgado.

Ante el avance y expansión de Ansar al-Sunna, Mozambique necesita de manera urgente la asistencia regional e internacional, pues ni el Gobierno central ni el ejército cuentan con los recursos para enfrentar a una insurgencia yihadista, la mayor amenaza para la paz y seguridad en Mozambique, y que ya comienza a encender las alarmas en toda la región, especialmente en Tanzania y Sudáfrica. Tal es así que los líderes del África meridional —en el marco de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC)—  acordaron "apoyar" a la antigua colonia portuguesa, pero sin especificar la forma de hacerlo, pues —como señaló el presidente de Zimbabwe, Emmerson Mnangagwa, actual presidente del bloque de seguridad de la SADC— «un ataque a un Estado miembro es un ataque al resto de la organización».

Las similitudes con otras organizaciones terroristas africanas, como Boko Haram, Jama’a Nusrat al-Islam wa al-Muslimin (JNIM) o Estado Islámico en el Gran Sáhara —recluta miembros a gran escala, establece redes financieras sólidas y aprovecha el tradicional sentimiento de marginalización de la población musulmana— hace prever una posible réplica del fenómeno terrorista en el Sahel Occidental y en el Cuerno de África, donde erradicar esta amenaza exige una esfuerzo aún mayor y más integral. Si ahora la violencia salafista se extiende por África del Sur, la situación sería extrema. En todos estos escenarios africanos, la solución definitiva a esta lacra yihadista exige, además de las medidas en el ámbito de la seguridad y protección de la población, reforzar la gobernanza nacional e incrementar las políticas de desarrollo económico y social, con el objetivo de evitar la captación y reclutamiento de los grupos yihadistas en África.  

 
 
 
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